_El obsesivo anhelo del don
Y es que es en la obsesión donde radica el impulso creativo de no soy yo quien dibuja, el último trabajo de Felipe Ortega Regalado (Cáceres, 1972) Un proyecto desarrollado febrilmente a lo largo de año y medio de actividad y cuyos resultados podemos disfrutar ahora en Galería Luisa Pita. Un centenar de exquisitos dibujos y un libro, que juntos conforman un bellísimo binomio con el que el artista expande su praxis cohesionando trazo y poesía, fluyendo en continuo en busca de ese don con el que saciar su constante anhelo creativo.
En no soy yo quien dibuja Ortega Regalado confiere a su obra un innegable carácter demiúrgico al posicionarse frente a su propio discurso no como principio creador, sino como agente ordenador. De tal modo que todas las capacidades para el arte que le son propias permutan en medio con el que transformar su irrefrenable impulso artístico en código, un lenguaje con el que dar forma sobre el papel a todo lo vivo y bello que somos y nos rodea…y a la memoria común queel universo alberga.
Con el fin de cumplir este rol mediúmnico Felipe abraza plenamente el dibujo automático en su trabajo, con ello consigue evolucionar su estilo de un modo fluido y natural mediante la sublimación del proceso. La decisión consciente de automatizar su trazo nos habla bien a las claras del momento de madurez artística y personal por el que transita Ortega Regalado, hasta el punto de atreverse a exponer la solidez de su técnica y discurso a la vorágine de lo imprevisible, consiguiendo salir tremendamente airoso de tal envite.
A lo largo de su trayectoria la poética de Felipe Ortega Regalado orbita entorno a la relación entre hombre, naturaleza y la búsqueda de una identificación emocional entre ambos planos. Para lo cual se dota a si mismo de un exuberante imaginario con el que construir paisajes que se sitúan a medio camino entre lo material y lo espiritual con una clara componente onírica, pero que en todo momento tienen la belleza como guía de uso y máxima formal. En este sentido es importante indicar el papel del proceso en no soy yo quien dibuja, pues al automatizar el gesto el artista tiende a la eliminación de lo superfluo en sus representaciones, avanzando en una senda ya tomada por él en trabajos anteriores pero que aquí se depura y perfecciona.
Toda la serie se realiza sobre papel con grafito y lápices de colores. Una dualidad que nos muestra parte del mapa expresivo de Felipe Ortega Regalado cuyo trazo, corto y decidido, nos presenta su yo más racional, dejando lo emocional para un intenso y vibrante trabajo con el color. El uso de la luz, su forma de tratar los volúmenes y las conseguidas texturas de sus superficies son las encargadas de generar tensión y movimiento, de abrir la puerta a estímulos que nos sorprenderán reclamándonos desde el silencio.
En el silencio es donde parecen radicar los motivos de sus dibujos, siendo la construcción de estos espacios de contemplación una de las características del sólido ideario artístico de Ortega Regalado. En esta ocasión parece llevar un paso más allá esta búsqueda de la aprehensión exógena al hacer que sus objetos se nos presenten desnudos, arrojados al vacío, sin contexto ni artefacto que distraiga nuestra mirada.
Ramas, flores, micelios, residuos minerales, fractales, pelajes, bulbos, esporas o filamentos, partes tomadas de la naturaleza se conectan e imbrican generando estructuras biofórmicas que dan fisicidad a unos artefactos artísticos con los que construir paisajes emocionales, tendiendo puentes entre esa conciencia universal que toma la mano de Felipe…. y dibuja, y el público que disfruta de sus obras.
Atrapado por el magnífico trabajo de Ortega Regalado, hay dos características que me fascinan especialmente en esta serie y que a mi parecer elevan su calidad artística. La primera de ellos es la capacidad que tiene para insuflar en un mismo dibujo niveles expresivos e interpretativos que pudiesen parecer a priori antagónicos. Observo sus piezas y me posiciono para encontrar en un primer estadio esta belleza pulcra y definida cuyo soporte es la calma y el silencio. Sin embargo, al perseverar desbordo la apariencia y me encuentro con un Ortega Regalado más apasionado que me alcanza a través de las formas y el color, las textura y los volúmenes o los pliegos y ritmos, en cuyas combinatorias dan cabida a la seducción, la tensión sexual y el deseo. En esta misma línea más apegada a la víscera está la segunda característica que llama mi atención, su facultad para maximizar las propiedades sensibles de sus dibujos al hacernos percibir y disfrutar a través de la mirada de estímulos propios del resto de los sentidos, dando fisicidad a lo que solo es imaginado. Ahí también está el don. Y me fascina.
Pero el don, tal y como comprende el arte Ortega Regalado, no reside únicamente en el ejercicio creativo. Pues éste no existe sin el vértigo que aportamos aquellos que nos acercamos a disfrutar de su trabajo. Dibujos y libro hacen su parte… nos atrapan, nos obligan a focalizar y reclaman su tiempo, el necesario para amplificar su condición de artefactos especulares con los que descubrirnos a nosotros mimos en cada forma, en cada trazo o en cada motivo. Es entonces cuando el artista suelta las riendas de la obra para cedérnoslas y así hacer que la mirada del otro perfeccione su voluntad mediúmnica y sanadora, transmutando finalmente la fruición plural en emoción individual, alcanzando el don.
Íñigo Rodríguez Román